En tiempos de incertidumbre y violencia como los que vivimos hay pocos espacios tan relevantes de ser protegidos como el de la prensa libre
Mario Luis Fuentes*
Las democracias han tenido siempre en la prensa libre uno de sus pilares fundamentales; sin libertad de expresión y sin una adecuada garantía del derecho a la información se corre siempre el riesgo del autoritarismo, la corrupción, el mal gobierno y sin duda alguna, un severo retroceso en cuanto a las posibilidades de una vida socialmente ordenada y digna se refiere.
En tiempos de incertidumbre y violencia como los que vivimos hay pocos espacios tan relevantes de ser protegidos como el de la prensa libre. Sin un periodismo crítico y sin fuentes de información creíbles, la ciudadanía se ve ante el riesgo de enfrentar problemas sin contar con datos de calidad, lo cual incrementa los riesgos de incumplimiento de los derechos de todos.
Para México, considerado uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, es urgente avanzar en la construcción de un nuevo esquema de justicia y protección para quienes han decidido dedicar su vida al servicio público a través de la tarea diaria de informar con veracidad y con compromiso social.
Tarea que habrá de continuarse realizando pese a las vicisitudes y a la intolerancia del gobierno en turno que no admiten el señalamientos a sus errores.
En ese sentido, la condena por los recientes asesinatos de Humberto Millán, Marcela Yarce y Rocío González debe ser, no sólo unánime, sino que debe movilizar a las autoridades a resolver con celeridad estos casos. Y no es que la vida de los periodistas valga más que la de los cientos de personas que mueren violentamente cada mes, sino que en una democracia no podemos permitir que nada ni nadie atente en contra de uno de los elementos que en mayor medida contribuyen a una vida libre para todos.
Por otro lado, debemos considerar que la autoridad no sólo está desbordada, sino que ante el desorden generalizado, está incurriendo en graves excesos. En ese sentido, resulta a todas luces inaceptable el caso del gobierno del estado de Veracruz, en su acusación de terrorismo a dos personas quienes, aun habiendo incurrido en el exceso de divulgar un rumor, no pueden ser comparadas con quienes detonan bombas.
Debemos reconocer que, en una sociedad abierta, siempre será preferible el “libertinaje informativo” al autoritarismo y la censura. A final de cuentas, la inseguridad pública y la percepción generalizada de que la autoridad está desbordada por los criminales no la han inventado quienes hacen uso de las redes sociales.
Ante todas estas cuestiones, parece ser que el reto se encuentra en definir cómo, en el México del siglo XXI, podemos consolidar a nuestra democracia, salvaguardando las garantías de las personas a decir lo que les venga en gana, sin el temor a ser reprimidos o amedrentados por la fuerza autoritaria del Estado.
En su Historia y crítica de la opinión pública, el filósofo alemán Jürgen Habermas nos dice que la publicidad, entendida como aquello que se construye para darle sentido a lo público, constituye la más importante mediación entre la política y la moral, pues es justamente en el mundo de la publicidad de los ciudadanos, en el que se definen los aspectos más importantes de una cultura y hasta de un modelo de civilidad.
La violencia y los atentados contra la prensa son a todas luces el extremo opuesto a dicha mediación, por lo que no es exagerado decir que, en la protección de la prensa libre, nos va en buena medida la posibilidad de reconstruir éticamente un diálogo edificante para nuestra República.
LOS EFECTOS DEL ABANDONO SOCIAL
Hasta cuando seremos capaces de despertar de este letargo. Digamos un basta a esta enajenación social en la que estamos sumergidos.
Martín Espinosa
Son ya varios años de descomposición social a lo largo y ancho del territorio nacional, producto no nada más del empobrecimiento económico de miles de familias, sino también del empobrecimiento moral que conlleva la falta de oportunidades para lograr una vida mejor. Cada día somos testigos de hechos que demuestran que algo ya se pudrió en nuestra sociedad y nadie atina a ponerle remedio, pensando en que el problema es meramente económico y de acuerdos políticos entre las cúpulas que se reparten el país.
Sin embargo, la más reciente Encuesta Nacional sobre Discriminación (Enadis 2010), levantada en el último trimestre de 2010, cuyos resultados fueron difundidos la semana pasada, refleja el grado de descomposición en el que vive un sector tan importante para el país como el de los jóvenes de entre 12 y 29 años de edad.
Considerando que dicho sector abarca poco más de 40 millones de habitantes del total que arrojó el reciente Censo de Población y Vivienda 2010 y que asciende a 112 millones de mexicanos, resalta la cifra de 4.5 millones de ninis; es decir, jóvenes que ni estudian ni trabajan por diversas causas.
Y resalta este fenómeno por los hechos recientes ocurridos la tarde del viernes pasado, en una estación del Metro de la Ciudad de México, donde dos grupos de “porros” se enfrentaron con petardos en el interior de unos de los vagones de ese transporte público y generaron pánico entre la gran cantidad de usuarios que a esa hora hace uso de él.
Tras los hechos, se detuvo a 12 menores que fueron trasladados a la Fiscalía Central de Investigación para la Atención de Niñas, Niños y Adolescentes de la Procuraduría del DF. Tras permanecer dos noches detenidos, fueron dejados en libertad con el argumento de que cometieron delitos considerados como “no graves” en el Código Penal de la capital. Horas antes, ya habían sido liberados ocho adultos por falta de pruebas que los vincularan con el zafarrancho del viernes.
Varios de esos jóvenes se identificaron como estudiantes del Colegio de Bachilleres 3 y hasta becas tenían, algunos de ellos, de las que otorga el gobierno del Distrito Federal a alumnos que requieren cierto promedio para obtenerlas y mantenerlas durante el lapso que dura su preparación escolar.
Pero el problema va más al fondo. ¿Qué oportunidades pueden tener millones de jóvenes si cada año la economía nacional no aumenta al ritmo suficiente que crecen las necesidades de empleo para miles de personas que se incorporan al mercado laboral? Son nulas las posibilidades de éxito de políticas poco eficientes para prepararlos y capacitarlos a través de la educación escolar. Ahí está el ejemplo de lo sucedido en el Metro y de muchos más que ocurren diariamente en todo el país y que involucran a decenas de jóvenes que están en todos lados menos donde deberían.
La gran preocupación es que en unos años llegarán a la edad adulta sin posibilidades de haber mejorado su calidad de vida ni la de sus familiares. Y entonces el círculo vicioso prevalecerá alimentado por la creciente presión social que demanda la satisfacción de sus necesidades más apremiantes. ¡Cuidado! Esa presión lleva ya varios años en aumento y amenaza con desbordarse por más válvulas de escape que existan a su alrededor.