17 de septiembre del 2017
En este espacio —disculpas a los lectores constantes, si los hay— se ha intentado dejar claro que, en opinión del escribidor, los dos grandes problemas, a nivel de catástrofes, que agobian al país son la corrupción y la impunidad.
Éstos son fenómenos sociales fácilmente atribuidos en su origen, su desarrollo, su explosión y su imperio a los gobernantes, a los funcionarios públicos, a los burócratas, a los líderes y miembros distinguidos de los partidos políticos, a lo que pomposamente se llama la clase política.
De acuerdo con la percepción y la consecuente opinión social, popular, todos ellos son corruptos y promotores de la corrupción. Vamos, son miembros de ese ente amorfo llamado, desde una posición política y partidista —es decir, parte de lo mismo—, “la mafia del poder”, ellos, los otros, los demás.
Resulta que para que el fenómeno de la corrupción exista se requiere de dos entes: el corrupto y el corruptor. No existe el uno sin el otro, en cualquiera de los dos sentidos. Y, generalmente, el poder de provocar, alentar, desarrollar y establecer la corrupción lo tienen los corruptores, que no necesariamente son aquellos miembros del gobierno en cualquiera de sus formas.
En México, la corrupción es un fenómeno social, aunque moleste que se diga así o de otra forma más suave: un problema cultural, como se le ocurrió decirlo al Presidente de la República en una entrevista periodística.
Los hechos son los hechos. Ni modo.
Esta semana, los mexicanos supimos que otros mexicanos, la sexta parte (cuatro mil 300 corredores del total en números redondos) de los participantes del reciente Maratón de la Ciudad de México, hicieron trampa para llegar a la meta; que no recorrieron los 42 mil 195 metros de esa carrera clásica, pero que cruzaron la meta y exigieron su recompensa: una medalla conmemorativa, en muchos casos, el registro de un tiempo que les permita participar en otros maratones de nivel internacional o simplemente el tomarse la selfie para subirla y presumir en las redes sociales.
Lo que hicieron esos cuatro mil 300 mexicanos no fue ni una gracia ni fue ingenioso ni anecdótico. Se llama corrupción y que se sepa, hasta hoy no hay ninguna autoridad, ningún miembro de la “mafia del poder”, involucrada en tal maniobra.
Claro, habrá quien diga: “Y eso qué, ¿a quién le afecta?”. Hay que responder. Afecta a los otros más de 20 mil corredores que cumplieron con todos los requisitos y honestamente corrieron como pudieron esa carrera, hayan o no terminado; afecta a los maratones que exigen como requisito de inscripción haber recorrido otros maratones; afecta a los ciudadanos cuyos impuestos fueron utilizados para organizar el evento de la Ciudad de México y para comprar y entregar las medallas correspondientes.
“¡Y eso qué, qué no saben lo que se ha robado (aquí ponga el nombre de su villano favorito) y nadie dice nada ni les pasa nada!”, dicen. “¡Qué tanto es tantito!”, es la respuesta cínica, y si de cinismo se trata, recuerden a José López Portillo, citado en esta columna apenas hace dos semanas.
Por si fuera poco, la semana ha sido maratónica en temas de corrupción: el “descubrimiento” de más de una veintena de irregularidades irremediables en la construcción del Paso Exprés, según el dictamen de la Secretaría de la Función Pública, que implican más de mil millones de pesos; empleados del Instituto Nacional Electoral (INE) investigados y denunciados por la venta de credenciales de elector a ciudadanos “honestos” que necesitan una identificación falsa; el decomiso de miles de litros de combustible saqueado de Pemex y ciudadanos que “recuperan” el petróleo que es suyo y que lo venden a otros ciudadanos propietarios de gasolinerías o de automóviles, quienes aprovechan la oportunidad o, lamentablemente, la rapiña de víveres y despensas destinadas a los damnificados del sismo en Oaxaca y Chiapas, por quienes también “tienen necesidad”.
¿De veras? ¿Y si cualquiera de los Duarte o cualquier otro exgobernador afirman que saquearon el erario porque “tenían necesidad”? Sí, dirían, su “nivel de vida” y de exigencia de sus cónyuges y de sus descendientes “necesitaban” de todo ese dinero defraudado… se los creeríamos. No. Por supuesto que no.
No se puede, diría Manuel J. Maquío Clouthier, “estar medio embarazadita. Se está embarazada o no”. Así es el asunto de la corrupción. Se es corrupto o no. Punto.
¿Y la impunidad? Bueno, eso sí es responsabilidad de las autoridades obligadas a aplicar la ley, las sanciones a los corruptos. Sólo recuerde que los ciudadanos son los que eligen, mediante sus votos, a las autoridades. No nos hagamos ni seamos cínicos como la sexta parte de los participantes en el Maratón de la Ciudad de México. El escribidor se queda con las otras quintas partes de los corredores, aunque no hayan roto ningún récord. Son mexicanos dignos y aún son mayoría